miércoles, 10 de junio de 2009

Capítulo 3, Rodrigo

Veinte minutos después, la insolación se hacía patente, un observador externo sólo habría visto un tío sudado y agotado; yo, en cambio, veía lucecitas de colores que bailaban a mí alrededor. Doscientos metros más tarde, las lucecitas se convirtieron en elefantes. Y cuando sólo me quedaban cincuenta metros para llegar al final de aquella pesadilla irradiada por el Sol, los elefantes habían dejado paso a las marmotas saltarinas, los pingüinos, las hienas y las calaveras parlantes con collares de tachuelas.
Para llegar a casa de Alicia sólo tenía que atravesar un par de calles, no me iba a llevar más de cinco minutos, pero mi sed no podía esperar ni siquiera eso. Me colé en el jardín del primer chalet de la calle y me remojé de arriba abajo con la manguera, bebí hasta quedar saciado y maldije mi suerte al darme cuenta de que la boca de la manguera había estado metida hasta que yo llegué en el cuenco del agua de un perro.
Una vez en la calle, encaminé mis pasos hacia la casa de Alicia. Solo me separaban de ella unas veinte casas, tardaría menos de dos minutos en llegar. De pronto, el sonido de un coche derrapando llamó mi atención. Acelerando hacia mí tenía un precioso ejemplar de mamá-tanque con tracción a las cuatro ruedas. La tarada de la conductora me miraba con los ojos salidos de sus órbitas y no parecía que tuviera intención de frenar. Sabía que tenía que apartarme de su camino, pero mis piernas no reaccionaban, todo mi cuerpo estaba paralizado por el miedo y el todoterreno cada vez estaba más cerca de arrollarme. Ya podía distinguir el blanco de los ojos de la mujer, cuando un chaval de unos doce años montado en una bicicleta apareció por el cruce de la calle perpendicular, que se situaba a medio camino entre el coche y yo.
Después, sólo recuerdo un crujido muy desagradable, el coche pasando a pocos centímetros de mi para acabar empotrándose en una farola y la bicicleta del chaval cayendo desde las alturas hacia mí. Yo seguía petrificado, por lo que la bicicleta me cayó encima sin que intentara apartarme. Estuve tendido en el suelo unos momentos, gritando y resoplando debido al dolor y al sentimiento de impotencia ?como era posible que me hubiera quedado paralizado? Siempre ha babía considerado una persona imperturbable, me dolía mucho más mi orgullo que la brecha de la cabeza.
Tumbado en el suelo y lamentándome no iba a conseguir nada, así que decidí levantarme y terminar el poco camino que quedaba hasta casa de Alicia. Antes de comenzar a caminar, intenté hacer una llamada a los servicios de emergencia, pero parece que mi móvil no había soportado el golpe con la bicicleta.
Me acerqué a los restos del coche por puro morbo, sin intención algúna de comprobar si sus ocupantes se encontraban bien. Después de lo que me habían hecho, por mi podían tronchársela con la tapa de un cofre. El capó del todoterreno se había convertido en un acordeón y la luna delantera había sido agujereada desde dentro con la cabeza de la loca que había tratado de atropellarme. Con algo de dificultad debido a que el golpe la había bloqueado, abrí la puerta del copiloto y eché una ojeada dentro. Tendré muchos defectos, pero no soy mojigato ni escrupuloso, quizá por eso sólo tuve una pequeña arcada al mirar al interior del coche; probablemente, una persona con menos estómago hubiera contribuido con los restos de su desayuno a completar la macabra obra de arte que era el habitáculo del coche. Me resultaba imposible distinguir dónde terminaba la madre y comenzaban los dos niños de unos siete años que habían ocupado los asientos traseros... el cinturon de seguridad, que costumbre más absurda, ?verdad?
Un lastimero gemido me sacó de mis cavilaciones, en el espacio entre los asientos traseros y el del copiloto había una sillita de niño que al parecer no había funcionado demasido bien a la hora de la verdad.
- ソComo te llamas? -le pregunté al niño, que estaba enredado de muy mala manera con el cinturón de seguridad, mientras intentaba desatarle.
- MellamoRodrigoytengocuatroaños -por un momento me imaginé la cantidad de veces que el niño habría tenido que repetir la misma frase para que ya le saliera de una manera tan automática y sin pensar. Si, tenia calada a la loca de su madre: exhibía a sus hijos como animales de circo, les hacía hacer monerías y les obligaba a todos a vestirse a juego... menudo monstruo.
- ?Y cuantos años tienes?
Rodrigo dudó unos momentos, tras los cuales me miró fijamente a los ojos.
- Tres -estaba claro, el chaval se había aprendido la respuesta a "?Como te llamas?" como lo podrían hacer un loro, un papagayo o uno de esos extraños perros que salen en internet diciendo "quiero a mi mamá" con una voz que me resulta espeluznante.
Tardé un buen rato en desenganchar al niño de su sillita, el enganche del cinturón se había doblado inexplicablemente y no dejaba soltar la cinta. Terminé quemandola con el mechero.
- Bien Rodrigo, escuchame, te voy a llevar a casa de mi amiga Alicia, que le encantan los niños, y entonces el marrón de cuidarte será para ella, ?te parece bien? -no se me da bien tratar con niños, no sé cómo hablarles.
Rodrigo asintió sin tener idea de qué le estaba hablando.

martes, 9 de junio de 2009

Nuevo proyecto

Microtástico
Con este horrible vocablo se define la nueva aventura en la que me embarco.
Cuando escribo algo serio necesito algo que me saque de la densidad y la enormidad trancendental de mis palabras (mosdestia aparte) y por eso he comenzado MICROTÁSTICO, un nuevo blog en el que iré subiendo historias cortas ambiantadas en mundos de "espada y brujería". Zorko el orco, Terrier el hechicero, Retriever el Bárbaro, Matías el Zombi... Son personajes que poco a poco irán viendo la luz.
espero que os guste y que lo disfruteis ^^